En
anteriores noticias hemos hablado de la importancia que lleva tomando nuestro
microbioma intestinal para nuestro organismo. ¿Realmente cuando comemos algo
que nos suele caer “pesado”, nuestros intestinos generan una serie de
movimientos “incómodos” y ruidos como advirtiendo o “gritándole” al cerebro de
“algo malo pasa”?. Es decir, de esta manera
gráfica, ¿existiría una conexión entre nuestro intestino y nuestro sistema
nervioso a nivel encefálico?, éste, ¿podría explicar el hecho de que sea tan
influyente el microbioma, consecuencia de conexión con el medio externo (a
través de lo que ingerimos), del que
hemos hablado tanto en otras ocasiones?.
Pues
sí, ya desde hace muchos años los científicos denotaban la posible conexión a
partir de hallazgos en patologías diversas. Quizá la más sonada sería la
enfermedad de Parkinson, en la cual se ve una evolutiva ascendencia de
proteínas alteradas desde el sistema neuronal intestinal, a través del nervio
vago, hacia el tronco cerebral y así sucesivamente al resto del sistema
nervioso central. De ahí que aparezcan nuevas y quizá extremas terapias que pregonan
por ejemplo la desconexión a través de una vagotomía.
Pero,
¿cómo se daría esa conexión finalmente?. Hasta hace poco era un misterio. Habían
varias hipótesis para inicio de estudios. Finalmente se sabía que muchas de las
células epiteliales del sistema digestivo intestinal, aquellas que están en
contacto directo con el microbioma (bacterias, parásitos, viris de la luz
intestinal), producen elevados niveles de serotonina (conocido neurotransmisor)
que actuaría generando una comunicación del sistema nervioso autónomo con el
sistema nervioso central. Diversos metabolitos liberados por aquellos
microorganismos generaría cierta interacción con dichas células
epiteliales para liberar coordinadas
señales de dicho neurotransmisor para
que, así como que en clave morse, se comunicaran con el sistema nervioso.
Recientemente
se ha publicado un interesante hallazgo del grupo de investigadores liderados
por Holly Ingraham y David Julius de la Universidad de California, San
Francisco, a través de la elaboración in
vitro de pequeños organelos intestinales de ratones. En específico dan hincapié
a las células enterocromafines (menos del 1% de todas las células que conforman
dicho epitelio intestinal), éstas, en contacto con sustancias específicas
estimulantes, presentes en diversos
productos alimentarios, generaban una respuesta intensa con carga eléctrica que
posteriormente activaban una especia de conexión a modo de sinapsis con fibras
nerviosas del mismo tejido intestinal. Es decir se comportaban como neuronas
propias (lo que serían los receptores sensitivos comúnmente conocidos),
produciendo una respuesta en dichas fibras de liberación de serotonina para
generar esa cadena referida previamente hasta nuestros cerebros. Dicho grupo
investigador destacaba el hallazgo de que dichas células enterocromafines
reconocen compuestos irritantes para que a manera de mecanismo de defensa
generaran una comunicación con el
sistema nervioso y activar mecanismos posteriores de defensa para tal (por
ejemplo aumento del peristaltismo con la consiguiente diarrea), guiados tras
una señal eferente central tras dicho reconocimiento periférico. Denotan
igualmente la posible presencia de otras células que tengan una comunicación
similar con las células inmunológicas presentes en la misma mucosa de la pared
intestinal. Éstos generarían una comunicación directa con el complejo sistema
inmunológico, respondiendo así a la otra fuerte conexión que se va conociendo
del microbioma con el sistema inmune.
Esto
abre por tanto una puerta de investigación no solo para expandir el
conocimiento de la comunicación de estos distintos sistemas que antes eran poco
tenidos en cuenta, sino que también su aplicación terapéutica como por ejemplo
medicamentos que bloqueen estos receptores para minimizar la respuesta a la
agresión, exagerada en oportunidades que genera distintos trastornos
patológicos.
De esta manera
queremos alcanzarles el siguiente link para poder leer el reciente artículo: “Enterochromaffin Cells Are Gut Chemosensors that Couple to Sensory Neural Pathways”
publicado en la revista Cell, que seguro será de vuestro interés:
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