La
enfermedad de Alzheimer es uno de los trastornos neurodegenerativos más
conocidos en la actualidad. Primera causa de demencia, por lo común a partir de
los 65 años, con una incidencia al alza, reportándose alrededor de 5 a 10
nuevos casos cada mil personas al año y con una prevalencia poblacional
preocupante, que se piensa, según diseños estadísticos, se triplicará para el
año 2050.
Hoy
en día existe muchos grupos de estudio que tienen como diana principal la
búsqueda de un tratamiento curativo para tal. Costosos estudios experimentales
en estadios avanzados han caído en los últimos años e hipótesis relacionan tal
con el hecho, que en el apogeo de la inmunoterapia, se esté enfocando el
tratamiento contra moléculas específicas, relacionadas a la enfermedad, como el
beta-amiloide o la proteína tau, no siendo necesariamente éstas, las únicas
rutas moleculares dependientes o consecuentes del inicio de la enfermedad. La
naturaleza nos da, por tanto, un golpe directo, cuanto más creemos que sabemos
de determinadas patologías, y no hace más que revelarnos lo importante que
sigue siendo, el tener que no rendirnos y persistir en el estudio a detalle de
cada una de las patologías crónicas que nos van siendo más comunes para los
siguientes años.
Como
bien saben, una de nuestras áreas preferidas, con el apogeo que va teniendo en
la última década, es el área del microbioma y su interacción con nuestro
organismo. Algunos estudios, referían como el tratamiento crónico de
antiinflamatorios como el ibuprofeno o incluso con el efecto de la aspirina,
podían tener un efecto de disminución en la aparición del Alzheimer,
ciertamente relacionado con el mecanismo inmuno-inflamatorio que le
corresponde.
Hoy
en día sabemos que dentro de la compleja fisiopatología que involucra a la
enfermedad de Alzheimer, no solo se detalla la formación molecular de tales
proteínas anómalas, sino también la activación descompensada de la microglía,
principal sistema de defensa del sistema nervioso central, e incluso un
desorden del sistema inmunológico a nivel general.
Investigaciones
previas demuestran que en personas con enfermedad de Alzheimer su microbioma se
altera, y no es igual al de la población general.
El
estudio recientemente publicado por el grupo del Profesor Sangram S. Sisodia,
del centro de biología molecular de la Universidad de Chicago, demuestra cómo a
través de la modificación de la flora intestinal, con tratamiento antibiótico
específico, se puede frenar, en modelos animales de la enfermedad, la expresión
de dichas moléculas en el sistema nervioso central e incluso la cascada de
actividad inflamatoria anómala de la microglía, con una reversión directa al
volver a la flora intestinal previa.
El
tratamiento antibiótico crónico, es usado ya, en determinadas patologías, como
por ejemplo las disbascteriosis intestinales en trastornos digestivos. Obviamente
no abogamos a que tal como en el pasado se ha reconocido y mal utilizado el
tratamiento con antiinflamatorios de manera crónica, que haya un uso
desmesurado y crónico de antibióticos, con el riesgo que esto implicaría, para
posibles resistencias e infecciones nuevas, pero si da puerta a reconocer la
importancia que con un adecuado estudio y modulación de la flora intestinal, a
través del conocimiento de la interacción de determinadas cepas de
microorganismos pobladores de nuestro tracto y nuestros distintos sistemas inmunológicos,
hormonales y nerviosos, se permitiría no solo un mejor conocimiento, sino
tratamiento de este tipo de enfermedades.
Recientemente
incluso, se ha publicado otros estudios, en relación a otra patología del
sistema nervioso, y del tipo neurodegenerativo, como es la Enfermedad del
Parkinson, donde aparentemente, las distintas respuestas al tratamiento
específico de la enfermedad estarían relacionada con la interacción y metabolismo
de tales drogas con el microbioma de nuestro intestino. Esto no hace más que
recalcar la importante puerta de estudio de este terreno para los grupos de investigación
en el área de la neurociencia.
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